Resolviendo nuestros conflictos familiares de la mejor manera posible


El Santo Apóstol Pablo dice también: “Si os enfadáis, no lleguéis a pecar y que vuestra indignación cese antes de que se ponga el sol” (Efesios 4, 26).
Ya desde pequeños, nuestros padres nos enseñan a perdonar a quienes nos ofenden. Nuestra misma conciencia nos dice que no debemos irnos a dormir sin antes haber resuelto las disputas del día, justo como dicen aquellas palabras antiguas: “que el ocaso no venga sobre vuestro enfado”. Cuando vivimos en familia y nos repartimos los bienes que utilizamos a diario, inevitablemente terminarán apareciendo conflictos. Sin embargo, si tratamos de resolver esos conflictos antes del anochecer, aunque esto implique acostarnos más tarde que de costumbre, notaremos que al día siguiente nos levantaremos más felices y reconciliados con nosotros mismos, en tanto que las tensiones y frustraciones con los demás se verán eliminadas.
Robert Taibi, médico psiquiatra, en un artículo publicado en la revista “Psychology Today”, explica: “El problema radica en nuestro cerebro. Cuando nos enojamos, las partes racionales de nuestro cerebro —los lóbulos pre-frontales— se detienen, y toda la ccción se traslada a la parte posterior, en donde nuestro cerebro primitivo asume la conducción. Entonces empezamos a actuar por reflejo, perdiendo nuestra vista periférica. Y lo que queremos es imponer nuestro punto de vista y hacer que el otro entienda lo que decimos, por cualquier medio posible. El tiempo de duración de ese estado depende de cuán irascibles seamos. Para los hombres es aún más difícil: algunas veces deben esperar tres veces más para tranquilizarse fisiológicamente, en comparación con el tiempo que requieren las mujeres para lo mismo. Lo mejor, así, es salir a caminar un poco, o encerrarse en el baño, abrir la ventana y sentarse a respirar profudamente por unos minutos. Luego de recobrarte, cuando los lóbulos frontales han retomado el control, la presión arterial y la visión periférica también vuelven a la normalidad. Es el momento para intentar resolver el conflicto. Esto significa escuchar y hablar con el otro sobre el problema surgido, pero no decir simplemente 'lo siento', y dar un abrazo forzado, esperando que con esto se haya arreglado todo”.
Aún más: nosotros, como cristianos ortodoxos, debemos invocar el auxilio de nuestro Señor Jesucristo. Para esto contamos con la “Oración de Jesús”: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. Si la practicamos cada día, esta oración ocupará nuestra mente todo el tiempo, y estará permanentemente con nosotros, impidiendo que la ira y otras pasiones vengan a dominar nuestra mente. Es más, esta oración puede convertirse en una respuesta automática ante las situaciones de estrés que nos toque vivir. Cuando oramos, nos acercamos a Dios, y siendo Él Quien envía Su paz sobre aquellos que se lo piden con sus plegarias, tranquilizará nuestra mente y nuestro corazón, y nos ayudará a atravesar con bien todas situaciones difíciles de nuestra vida.
Lo ideal es orar con nuestra familia por la mañana y por la noche, de manera que podamos reconciliarnos con todos antes de orar. Nuestro Señor Jesucristo nos exhorta: “Pero Yo os digo que el que se irrite con su hermano será llevado a juicio; el que insulte a su hermano será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo injurie gravemente será llevado al fuego. Por tanto, si al llevar tu ofrenda al altar te recuerdas allí que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda delante del altar y vete antes a reconciliarte con tu hermano; después vuelve y presenta tu ofrenda” (Mateo 5, 22-24). El Santo Apóstol Pablo dice también: “Si os enfadáis, no lleguéis a pecar y que vuestra indignación cese antes de que se ponga el sol” (Efesios 4, 26).

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